
- Maldito cabrón hijo de puta. Siempre me dejaste a medias.
¿Cómo conseguiste escaparte una y otra vez de todas tus responsabilidades?
Sí, ya se que nunca me engañaste, que tus cartas siempre estaban boca arriba y bla, bla, bla. Retórica nunca te falto, hijo de...
Ahora me dirás que no tenias necesidades, que nunca tuviste ambiciones, que solo te gustaban las mujeres, que solo te gustaba la cerveza y el vino, y que el tabaco era solo humo en que volar. Eso es, solo humo era lo que éramos, pero cabrón, aquí solo volabas tu. Y ahora mírate, ni humo eres. Incluso la ceniza de tus malditos ducados eran más bonitas que las tuyas. Ceniza es toda la mierda y todo lo que has dejado.
Ni te imaginas el daño que me hacías no siendo parte de ninguno de tus vicios. El de las mujeres, al fin y al cabo, era el de menos. Estoy segura que en realidad nunca estuviste con ninguna. Decías que te gustaban para hacerme rabiar y ponerme celosa.
-Mira esa rubita.
Mira ese culito.
Que cuellecito.
-A todas les encontrabas algo.
¿Y yo qué? Mon petit cabroin.
Ya se que te miraban, que les llamabas la atención con tu sola presencia, pero siempre te faltaron agallas para dirigirte a desconocidas. Eso sí, con dos copas de vino y con tus conocidos, eras el rey del mambo, el centro, la ocurrencia en persona. Pero conmigo, a solas, no pasabas de ser un puto desagradecido, sin más conversación que la teoría de cuerdas o el desprestigio a cualquier cosa que yo señalara. Yo comiéndome críticas y las demás saboreando alabanzas. Siempre fue mejor lo de fuera que lo que tenias en casa.
¿Y que decir de tu querida cerveza? Esa merece mención a parte. Siempre con ese aliento, hasta tus amigos te llamaban efecto estrella. No hay foto tuya sin cerveza en mano, que patético, una tras otra, esa si que era tu gran amante, tu gran pasión, te podías tropezar, caer, ir de bruces al suelo, pero la cerveza nunca se derramaba, no como mis lágrimas al observar tus estados etílicos, a todas les hacías gracia, pero yo moría de vergüenza, en cambio ahora el muerto eres tu, mírate, y no de vergüenza. Los de la funeraria te habían puesto unos coloretes muy monos en las mejillas, dignos de alguna de aquellas tundas con las que llegabas tarde a casa disimulándolas entre resfriados mal curados. Tan mono estabas, total, ahora la ceniza es gris como tu vida y como conseguiste que fuera la mía durante todo este tiempo.
Y yo esperando tan solo un gesto, un guiño, una caricia, una palabra, con eso tenía más que suficiente, pero tú eras más que deficiente.
¿Porque me doy cuenta tarde de todas las cosas que nunca dijiste?
Pero algo me reconforta, mi gran secreto de estos tres últimos meses, la única cosa que nunca te dije. Mi pequeña venganza mientras te consumías como el humo de tú último ducados. Mírame, yo con tus cenizas en mis manos y yo con tú ultima semilla en mi vientre. Hasta esto dejaste a medias, pero me regocija que ni muerto lo supieras.
Maldito hijo de puta cabrón.
Tu hija sabrá las cosas que nunca dijiste.
¿Cómo conseguiste escaparte una y otra vez de todas tus responsabilidades?
Sí, ya se que nunca me engañaste, que tus cartas siempre estaban boca arriba y bla, bla, bla. Retórica nunca te falto, hijo de...
Ahora me dirás que no tenias necesidades, que nunca tuviste ambiciones, que solo te gustaban las mujeres, que solo te gustaba la cerveza y el vino, y que el tabaco era solo humo en que volar. Eso es, solo humo era lo que éramos, pero cabrón, aquí solo volabas tu. Y ahora mírate, ni humo eres. Incluso la ceniza de tus malditos ducados eran más bonitas que las tuyas. Ceniza es toda la mierda y todo lo que has dejado.
Ni te imaginas el daño que me hacías no siendo parte de ninguno de tus vicios. El de las mujeres, al fin y al cabo, era el de menos. Estoy segura que en realidad nunca estuviste con ninguna. Decías que te gustaban para hacerme rabiar y ponerme celosa.
-Mira esa rubita.
Mira ese culito.
Que cuellecito.
-A todas les encontrabas algo.
¿Y yo qué? Mon petit cabroin.
Ya se que te miraban, que les llamabas la atención con tu sola presencia, pero siempre te faltaron agallas para dirigirte a desconocidas. Eso sí, con dos copas de vino y con tus conocidos, eras el rey del mambo, el centro, la ocurrencia en persona. Pero conmigo, a solas, no pasabas de ser un puto desagradecido, sin más conversación que la teoría de cuerdas o el desprestigio a cualquier cosa que yo señalara. Yo comiéndome críticas y las demás saboreando alabanzas. Siempre fue mejor lo de fuera que lo que tenias en casa.
¿Y que decir de tu querida cerveza? Esa merece mención a parte. Siempre con ese aliento, hasta tus amigos te llamaban efecto estrella. No hay foto tuya sin cerveza en mano, que patético, una tras otra, esa si que era tu gran amante, tu gran pasión, te podías tropezar, caer, ir de bruces al suelo, pero la cerveza nunca se derramaba, no como mis lágrimas al observar tus estados etílicos, a todas les hacías gracia, pero yo moría de vergüenza, en cambio ahora el muerto eres tu, mírate, y no de vergüenza. Los de la funeraria te habían puesto unos coloretes muy monos en las mejillas, dignos de alguna de aquellas tundas con las que llegabas tarde a casa disimulándolas entre resfriados mal curados. Tan mono estabas, total, ahora la ceniza es gris como tu vida y como conseguiste que fuera la mía durante todo este tiempo.
Y yo esperando tan solo un gesto, un guiño, una caricia, una palabra, con eso tenía más que suficiente, pero tú eras más que deficiente.
¿Porque me doy cuenta tarde de todas las cosas que nunca dijiste?
Pero algo me reconforta, mi gran secreto de estos tres últimos meses, la única cosa que nunca te dije. Mi pequeña venganza mientras te consumías como el humo de tú último ducados. Mírame, yo con tus cenizas en mis manos y yo con tú ultima semilla en mi vientre. Hasta esto dejaste a medias, pero me regocija que ni muerto lo supieras.
Maldito hijo de puta cabrón.
Tu hija sabrá las cosas que nunca dijiste.