
No les digo por donde saqué a la abuelita porque seguro que no reeditarán el cuento. Tampoco les diré que pasó con las ancas de la rana del estanque, ni mucho menos donde se besó realmente a Blanca para que tuviera, después de su marasmo, aquella viveza, aquella sonrisa angelical y pillina.
Lo que sí les comento es la indignación del colectivo en general, la tergiversación sistemática de todas nuestras historias en pos de la comercialización y de la edición sin escrúpulos. Pero bien, ¿si no lo hubiéramos permitido, seriamos hoy inmortales? No, hubiéramos sido, sencillamente, delincuentes.
Jose? 2008_10_23