dimarts, 15 d’abril del 2008

Metro y medio. (TMB edició)


El despertador no hace por disimular, las ocho llevan demasiado rato dadas. La legaña amenazante de cada mañana me indica que llega el calvario. Desperezarse, almuerzo, ducha, calcetín que no entra, pantalón que se engancha, calzador que no calza, escaleras volando, peldaños para que os quiero, inercia con aire a déjà vú.
La calle como siempre, con sus panots mal ajustados por las prisas del paleta y las juntas abiertas por la pereza del peón. El paso de cebra borrado y el coche diesel humeante, entorpecen mi respiración.
Metros abajo encuentro la sonrisa de la distribuidora de Metro, la cara de amable del repartidor de ¡Que! el posado caricaturesco de la donadora de ADN.
Las escaleras mecánicas chirrían incansables y el ascensor no para de deambular arriba y abajo insistentemente. Un chaval saca su T-10 y un adolescente salta el torno.
Mi T-mes se valida veloz y una señora mayor me rebasa por la izquierda haciendo carreras con su bastón en ristre intentando alcanzar el metro que la llevará a la visita del traumatólogo, el mismo que la examinará hoy por enésima vez.
Hecho mano al cochecito con bebé lloroso y ayudo a su madre a bajar las escaleras camino del andén, el mismo andén que huele a orín gracias al último nocturno inadaptado de anoche.
“Proper tren 5 minuts” dicta el luminoso del andén, ese chivato despiadado. Otra vez llego tarde, otra vez no voy a sorprender a nadie en el curro e imagino en mi mente las miradas despiadadas de mis compañeros, por llamarlos de alguna manera, que me harán bajar la cabeza buscando consuelo en la punta de mis zapatos.
Veo la cara de la chica triste sin humor. El posado chulesco del que va camino de la cama tras una noche de litros de alcohol. La madre que lleva a su hijo en brazos camino de la guardería, ansiosa por irse a tomar café con sus amigas. El turista errante, mapa en mano, intentado descifrar el idioma que pensaba era castellano, sin caber en su sorpresa al descubrir otras realidades guiado por la ruta mal trazada.
Llega el convoy, se abre la puerta y la gente entra antes de salir. A codazos consigo un lugar en la barra, dejo la mochila y tengo un par de paradas relativamente tranquilas, el olor aún es puro, aún prevalece la ducha de la mañana. Las señoras gritonas, las de la tercera estación, no fallan un solo día, parece que esperan expresamente a verme para subir y comentar la actualidad televisiva del día. Hoy parece que les toca hablar de la operación fracaso de ayer. Y digo yo, ¿si todas han visto lo mismo?..., ¿por qué lo han de comentar? Y no me molesta que lo comenten, lo que turba mi paz es que lo hacen a grito pelao a estas horas indecentes de la mañana.
El vagón empieza a estar atomizado por la gente, el bullicio y los tonos altos ya son insoportables, la temperatura empieza a subir y el primer desmayo se atisba en el horizonte, nada que no tenga solución cuando el adolescente cede su asiento a la embarazada dama.
“Propera parada”: ¡placa Bespania! Un gran tropel de muchedumbre desembarca cual rebaño, parece mentira, pero a pesar del número ingente de personas evacuando a la vez, no se tocan, no se miran, tan siquiera se ven, cada una sigue su estela marcada sin entorpecer el que hacer de la otra.
La tregua es breve, con un carrito de la compra, pero sin cesto para los víveres, entra el hombre orquesta moderno, sintetizador a toda castaña base rítmica más que deficiente y una especie de acordeón desafinado, acompañado por una partenaire armada de pandereta navideña de bazar chino. Empiezan su desairado repertorio, sin más gracia que yo en la ducha y con las prisas de acabar antes de la siguiente parada. La pesadilla es breve pero intensa y el problema es que son sustituidos por el móvil de penúltima generación de un imberbe que entra en la misma parada en que ellos salen. Se mezclan las melodías polifónicas con el sonido de la pandereta que retumba ya en el vagón contiguo. Menos mal que el crío que tengo al lado, con su i-pod a todo trapo, salva la mañana con puro rock en sus auriculares, unas melodías que solo pudo heredar de sus padres.
En una esquina del vagón, una pareja que mantiene la pasión intacta de haberse conocido ayer, se magrea creyéndose invisibles al resto de pasajeros y la señora que sienta su madurez a mi espalda va comentando a su amiga que en sus tiempos eso no pasaba.
Mi parada no llega nunca, el reloj revela mi impuntualidad, y estoy por llamar al despacho aduciendo que hay una avería en el metro, pero sería la cuarta de esta semana y ya no cuela, además la excusa, la del tráfico de Barcelona, se me acabo al estrellar mi delicado coche contra el trasero un bello cuatro por cuatro.
Por fin mi destino, agarro con una mano mi mochila, pongo la otra en la manecilla, la giro, la puerta se abre, bajo y emprendo la excursión camino de la labor diaria. Subo las escaleras mecánicas a pie intentado sacar unos segundos a mi tardanza, pero una señora desaprensiva se para a la izquierda y no deja avanzar a nadie. Alcanzo la salida y…, la estocada de cada mañana, la del sol en los ojos, la que me hace buscar las gafas de sol rápidamente mientras sigo mi carrera.-Buenos días Porfirio- le digo al conserje del edificio con el balbuceo de las primeras palabras que pronuncio en todo el día mientras él me mira y mira su reloj.
Pongo el dedo índice en el lector digital y la puerta del despacho se abre.
La secre me saluda mientras me comenta los últimos avances de su hija.
-buenos días- le respondo mientras bajo la cabeza al pasar por delante del despacho del jefe que mantiene su puerta abierta. Ahora me espera el comentario futbolero, el del tiempo y el de la mala cara que hago cada mañana por parte de mis compañeros.
Alguien critica a un compañero de fatigas, ese mismo alguien que tan bien habla de él cuando esta presente y que hoy no se ha presentado por que debe estar de resaca tras una de sus noches eternas, dando por excusa la clásica gripe intestinal.
Por fin tomo asiento, a salvo ya de miradas furtivas y acusadoras, enciendo el ordenador, abro el Outlook, abro el Hotmail, busco chikilicuatre en el google y me pongo a hacer un solitario. Me río y pienso qué ¿Si fuera funcionario?, las prácticas las tendría convalidadas.
19 años lacerándome en la misma rutina, y aún así, la encuentro divina, ¿y mañana? una nueva sesión, sesión continua.


Jose? 2008_04_11


dilluns, 7 d’abril del 2008

Metro y medio.


El despertador no hacía por disimular, las ocho llevaban demasiado rato dadas. La legaña amenazante de cada mañana me indicaba que llegaba el calvario. Desperezarse, almuerzo, ducha, calcetín que no entra, pantalón que se engancha, calzador que no calza, escaleras volando, peldaños para que os quiero, inercia con aire a déjà vú.
La calle es la de siempre, con sus panots mal ajustados por las prisas del paleta y las juntas abiertas por la pereza del peón. El paso de cebra borrado y el coche diesel humeante entorpeciendo mi respiración. Unos metros más abajo, la sonrisa forzada de la distribuidora del ¡Qué! La cara de mala leche del repartidor del ADN y el posado insípido de la incrustadora de Metro metiéndome el panfleto en la cara justo en la boca del metro.
Las escaleras mecánicas de subida no funcionan y el ascensor de bajada esta fuera de servicio, ninguna novedad. El chaval preadolescente sacando una T-10 y el adolescente saltando el torno de entrada con coordinación estresada y rubor en las mejillas de colador primerizo.
Valido mi T-mes y una señora mayor me rebasa por la izquierda haciendo carreras con su bastón en ristre intentando alcanzar el metro que la llevará a la visita del traumatólogo, el mismo que la examinará hoy por enésima vez.
- Señora, está sanísima, usted solo tiene edad.
Al lado un cochecito con bebé lloroso esperando a alguien que ayude a su madre a bajar las escaleras camino del andén, el mismo andén que huele a orín gracias al último nocturno inadaptado de anoche.
-Mierda - “proper tren 5 minuts” leo en el luminoso del andén, ese chivato despiadado. Otra vez llego tarde, otra vez no voy a sorprender a nadie en el curro y veo en mi mente las miradas despiadadas de mis compañeros, por llamarlos de alguna manera, que me harán bajar la cabeza buscando consuelo en la punta de mis zapatos.
Veo la cara de la chica triste sin humor. El posado chulesco del que va camino de la cama tras una noche de litros de alcohol. La madre que lleva a su hijo en brazos camino de la guardería, ansiosa por aparcarlo e irse a tomar el café con sus amigas. El turista errante, mapa en mano, intentado descifrar el idioma que pensaba era castellano, sin caber en su sorpresa al descubrir otras realidades más allá de sus estereotipos adquiridos a través de su eterno desconocimiento guiado por la ruta marcada en su desguía turística. Ya lo decía aquel: por donde pasa el turismo, no vuelve a crecer la hierba, o como digo yo, como poco se la fuman.
Llega el convoy, se abre la puerta y la gente entra antes de dejar salir. A codazos me hago un lugar en la barra, pero a diferencia de anoche, ahora es la barra del vagón de metro, entre barras anda el juego. Tengo un par de paradas relativamente tranquilas y aún no huele a sobaco desduchado de buena mañana. Dejo la mochila de la piscina a mis pies vigilando no haya sorpresa en el suelo y me dispongo a entornar los ojos rojos de noche mal dormida o principios de alergia mal tratada. Pero mierda, las señoras gritonas de la tercera estación. No fallan un solo día, parece que esperan expresamente a verme dentro del metro para subir y comentar la actualidad televisiva del día. Hoy les toca hablar de la operación fracaso de ayer. Y digo yo, ¿si todas han visto lo mismo?..., ¿por qué lo han de comentar? Y no me molesta que lo comenten, lo que me putea es que lo hagan a grito pelao a estas horas indecentes de la mañana.
El vagón empieza a estar sodomizado por la gente, el bullicio y los tonos altos ya son insoportables, la temperatura empieza a subir y el primer desmayo se atisba en el horizonte. Falsa alarma, solo era una embarazada intentando conseguir asiento delante de un pelanas y unos neohippyes sentados en la zona reservada para tullidos, gente mayor y madres pre y pos parto.
“Propera parada”: ¡placa Bespania!, un gran tropel de muchedumbre desembarca cual rebaño, parece mentira, pero a pesar del número ingente de personillas evacuando a la vez, no se tocan, no se miran unas a otras. En eso se nota que aún es invierno, si fuera primavera tirando a incipiente verano, las personillas masculinas, ocuparían sus ojos desorbitados en nalgas y pechos recién salidos del invernadero, tras las personillas femeninas.
La tregua es breve, con un carrito de la compra, pero sin cesto para los víveres, entra el hombre orquesta moderno, sintetizador a toda castaña base rítmica más que deficiente y una especie de acordeón desafinado, acompañado por una partenaire armada de pandereta navideña de bazar chino. Empiezan su desairado repertorio húngaro-gitano-albanés, sin más gracia que yo en la ducha y con las prisas de acabar antes de la siguiente parada para que les de tiempo de pasar, no el platillo como antaño, si no el vasillo de plastiquillo, como supongo que deben mandar los cánones de la modernidad petrolífera. La pesadilla es breve pero intensa, y el problema es que son sustituidos por el móvil de penúltima generación de un imberbe impertinente que entra en la misma parada en que ellos evacuan. Se mezclan las melodías polifónicas con el sonido de la pandereta que retumba ya en el vagón contiguo. Me dan ganas de sacar mi súper móvil de sexta generación y hacer sonar música de verdad, pero mi timidez, provocada por la cultura judeo-cristiana represora y castrante que recibí y de la cual reniego siempre que tengo oportunidad, me lo impide. Menos mal que el crío que tengo al lado, con su i-pod a toda castaña, me salva las orejas con Metallica en sus auriculares. Da gusto ver que aún quedan padres que saben educar a sus hijos.
Mientras, en una esquina del vagón, una pareja que mantiene la pasión intacta de haberse conocido ayer, se magrea creyéndose invisibles al resto de pasajeros. Una abuelita comenta que en sus tiempos eso no pasaba y su compañera le replica que si ella tuviera 51 años menos también lo haría y que sí hubiera sabido lo que sabe ahora... se hubiera casado rita la cantaora.
-¡Déjalos que disfruten mujer!- le dice a su amiga, sin percatarse del sexagenario que está sentado a su lado y que mantiene una erección de caballo y que fregándose disimuladamente por encima del pantalón, observa sin tregua la estampa de la pareja.
Mi parada no llega nunca, el reloj revela mi falta de puntualidad, y estoy por llamar al despacho abduciendo que hay una avería en el metro, pero sería la cuarta de esta semana y ya no cuela, además la excusa del tráfico de Barcelona se me acabo al estrellar mi delicado coche contra el culo de un bello cuatro por cuatro.
¡Por fin!. Mi parada, Blorias. Agarro con una mano mi mochila, pongo la otra en la manecilla inergonómica de la puerta, y… ¡dios! Algún alma descarriada y altamente constipada ha dejado sus fluidos nasales en ella. Disimulo la vergüenza del hecho con aire de indiferencia dejando los restos para el siguiente desprevenido. Saco un pañuelo de papel, me limpio y sigo al rebaño. Subo las escaleras mecánicas, inertes por la habitual avería, a pie, acelero intentado sacar unos segundos a mi tardanza, pero una señora desaprensiva se para a la izquierda y no deja avanzar a nadie. Cuando al fin consigo alcanzar la salida…, la estocada de cada mañana, la del sol en los ojos, la que me hace buscar las gafas de sol rápidamente mientras sigo mi carrera.
Alcanzo por fin la entrada del despacho.
-Buenos días Porfirio- le digo al conserje con el balbuceo de las primeras palabras que pronuncio en todo el día mientras él me mira y mira su reloj.
- Buenos días- me contesta, 9 años llevo entrando por la misma puerta y el cabrón del Porfi aún no ha tenido tiempo de aprenderse mi nombre.
Pongo el dedo índice en el lector digital y la puerta del despacho se abre.
-Bueno días, valla partido el de ayer-. Me dice la secre.
Vete a la mierda, pienso para mi, sabe que el fútbol me la pela y siempre me viene con el mismo royo, aunque prefiero que me hable de fútbol que no de las excelencias y avances diarios que realiza su querida hija.
-que mi niña ya me come.
-que mi niña ya me habla.
-que mi niña ya me camina.
-que mi niña ya va a la guardería con su trajecito de señorita.
-que mi niña ya es la delegada de clase.
-que mi niña…
-que mi…- que pesada, estoy deseando que pasen uno diez añitos y su niña sea ya mayor de edad para explicarle con pelos y señales que su niña ya le folla.
La siguiente ronda no es mejor.
-hace buen día hoy-
-claro Balbierto- le contesto en un primer tono relajado para pasar inmediatamente al reproche. – ¡pero no te das cuenta que aquí dentro ni hace sol ni llueve ni nieva ni corre el aire y que me paso todo el puto y maldito día aquí encerrado y que me da igual el tiempo que haga!
Balbierto baja la vista y me da la razón como a los locos, que es el concepto que tienen de mí.
Inmediatamente le prohíbo a Brita que me critique a Brosé, el mismo al que tanto alaba cuando esta presente y que hoy no se ha presentado por que debe estar de resaca tras una de sus noches eternas, dando por excusa una clásica gripe intestinal.
-sí, es que hay una pasa- apuntilla rápidamente su amiguita Bonia.
Por fin me siento, enciendo la máquina, abro el Outlook, abro el Hotmail, busco chikilicuatre en el google y me pongo a hacer un solitario.
Lastima que no sea funcionario, las prácticas las tendría convalidadas.

Jose? 2008_04_01

dimecres, 2 d’abril del 2008

Vocación


Estaba a punto de dar un gran paso. Llevaba demasiado tiempo, algo más de un año, dándole vueltas a la situación, pensando en qué hacer con mi vida, con mi futuro. No veía salida, no había solución, o me tiraba al futuro o éste se me iba a tirar a mí.
Pero no, no podía, demasiado esfuerzo, demasiado sacrificio. Tenía vocación, pero, ¿toda una vida dedicada a la causa? ¿Tener fe en algo intangible para siempre? Yo, que siempre había ido de aquí para allá, sin dedicarme a nada ni a nadie más que a mí mismo.
Pero sí, sí podía, quizás era la hora de hacerlo, ¿por qué no? Me atraía la idea de ligarme para toda la vida, poner un poco de orden en mi vida, dejar de llevar la contraria al mundo.
El párroco me explico, una y mil veces, que estas cosas se saben, que se llevan dentro y que afloran cuando menos te lo esperas, que hay una señal que te guía hacia el camino correcto. ¿Pero qué si no lo tenía claro? No podía dar un paso tan importante. Me recomendó tomarme unos días de retiro espiritual en Montserrat. Parecía que iba a comisión y me hacia descuento. Me comento que en aquellas celdas, él encontró la fe, que encerrado entre mi mismo y sin maniobras de escapismo, conseguiría el empujón adecuado. Sin presiones, sin familia, sin amigos, alejado de los ángeles y demonios que martilleaban mi cabeza. Sí, no, no, sí, iba a estallar. Creo que estuve a punto de tener mi primera crisis de ansiedad.
Aún no sé porqué le hice caso al cura, ¿qué demonios hacia yo enclaustrado en una celda de 3 por 2? Sin mi tele, mi música, mi internet, mi vida.
Me desperté el primer día con un coro de voces blancas entre oreja y oreja y sin nada que hacer. Al segundo día, no lo aguanté. Pagué, me fui, volé y dejé dos notas: A mi familia le pedía perdón. A mi novia, que la estaba viendo en el altar, tan guapa, tan compuesta, tan sin novio y con bombo, que no me tuviera rencor.
No, no tengo vocación familiar.


Jose? 2008_02_27