
El despertador no hace por disimular, las ocho llevan demasiado rato dadas. La legaña amenazante de cada mañana me indica que llega el calvario. Desperezarse, almuerzo, ducha, calcetín que no entra, pantalón que se engancha, calzador que no calza, escaleras volando, peldaños para que os quiero, inercia con aire a déjà vú.
La calle como siempre, con sus panots mal ajustados por las prisas del paleta y las juntas abiertas por la pereza del peón. El paso de cebra borrado y el coche diesel humeante, entorpecen mi respiración.
Metros abajo encuentro la sonrisa de la distribuidora de Metro, la cara de amable del repartidor de ¡Que! el posado caricaturesco de la donadora de ADN.
Las escaleras mecánicas chirrían incansables y el ascensor no para de deambular arriba y abajo insistentemente. Un chaval saca su T-10 y un adolescente salta el torno.
Mi T-mes se valida veloz y una señora mayor me rebasa por la izquierda haciendo carreras con su bastón en ristre intentando alcanzar el metro que la llevará a la visita del traumatólogo, el mismo que la examinará hoy por enésima vez.
Hecho mano al cochecito con bebé lloroso y ayudo a su madre a bajar las escaleras camino del andén, el mismo andén que huele a orín gracias al último nocturno inadaptado de anoche.
“Proper tren 5 minuts” dicta el luminoso del andén, ese chivato despiadado. Otra vez llego tarde, otra vez no voy a sorprender a nadie en el curro e imagino en mi mente las miradas despiadadas de mis compañeros, por llamarlos de alguna manera, que me harán bajar la cabeza buscando consuelo en la punta de mis zapatos.
Veo la cara de la chica triste sin humor. El posado chulesco del que va camino de la cama tras una noche de litros de alcohol. La madre que lleva a su hijo en brazos camino de la guardería, ansiosa por irse a tomar café con sus amigas. El turista errante, mapa en mano, intentado descifrar el idioma que pensaba era castellano, sin caber en su sorpresa al descubrir otras realidades guiado por la ruta mal trazada.
Llega el convoy, se abre la puerta y la gente entra antes de salir. A codazos consigo un lugar en la barra, dejo la mochila y tengo un par de paradas relativamente tranquilas, el olor aún es puro, aún prevalece la ducha de la mañana. Las señoras gritonas, las de la tercera estación, no fallan un solo día, parece que esperan expresamente a verme para subir y comentar la actualidad televisiva del día. Hoy parece que les toca hablar de la operación fracaso de ayer. Y digo yo, ¿si todas han visto lo mismo?..., ¿por qué lo han de comentar? Y no me molesta que lo comenten, lo que turba mi paz es que lo hacen a grito pelao a estas horas indecentes de la mañana.
El vagón empieza a estar atomizado por la gente, el bullicio y los tonos altos ya son insoportables, la temperatura empieza a subir y el primer desmayo se atisba en el horizonte, nada que no tenga solución cuando el adolescente cede su asiento a la embarazada dama.
“Propera parada”: ¡placa Bespania! Un gran tropel de muchedumbre desembarca cual rebaño, parece mentira, pero a pesar del número ingente de personas evacuando a la vez, no se tocan, no se miran, tan siquiera se ven, cada una sigue su estela marcada sin entorpecer el que hacer de la otra.
La tregua es breve, con un carrito de la compra, pero sin cesto para los víveres, entra el hombre orquesta moderno, sintetizador a toda castaña base rítmica más que deficiente y una especie de acordeón desafinado, acompañado por una partenaire armada de pandereta navideña de bazar chino. Empiezan su desairado repertorio, sin más gracia que yo en la ducha y con las prisas de acabar antes de la siguiente parada. La pesadilla es breve pero intensa y el problema es que son sustituidos por el móvil de penúltima generación de un imberbe que entra en la misma parada en que ellos salen. Se mezclan las melodías polifónicas con el sonido de la pandereta que retumba ya en el vagón contiguo. Menos mal que el crío que tengo al lado, con su i-pod a todo trapo, salva la mañana con puro rock en sus auriculares, unas melodías que solo pudo heredar de sus padres.
En una esquina del vagón, una pareja que mantiene la pasión intacta de haberse conocido ayer, se magrea creyéndose invisibles al resto de pasajeros y la señora que sienta su madurez a mi espalda va comentando a su amiga que en sus tiempos eso no pasaba.
Mi parada no llega nunca, el reloj revela mi impuntualidad, y estoy por llamar al despacho aduciendo que hay una avería en el metro, pero sería la cuarta de esta semana y ya no cuela, además la excusa, la del tráfico de Barcelona, se me acabo al estrellar mi delicado coche contra el trasero un bello cuatro por cuatro.
Por fin mi destino, agarro con una mano mi mochila, pongo la otra en la manecilla, la giro, la puerta se abre, bajo y emprendo la excursión camino de la labor diaria. Subo las escaleras mecánicas a pie intentado sacar unos segundos a mi tardanza, pero una señora desaprensiva se para a la izquierda y no deja avanzar a nadie. Alcanzo la salida y…, la estocada de cada mañana, la del sol en los ojos, la que me hace buscar las gafas de sol rápidamente mientras sigo mi carrera.-Buenos días Porfirio- le digo al conserje del edificio con el balbuceo de las primeras palabras que pronuncio en todo el día mientras él me mira y mira su reloj.
Pongo el dedo índice en el lector digital y la puerta del despacho se abre.
La secre me saluda mientras me comenta los últimos avances de su hija.
-buenos días- le respondo mientras bajo la cabeza al pasar por delante del despacho del jefe que mantiene su puerta abierta. Ahora me espera el comentario futbolero, el del tiempo y el de la mala cara que hago cada mañana por parte de mis compañeros.
Alguien critica a un compañero de fatigas, ese mismo alguien que tan bien habla de él cuando esta presente y que hoy no se ha presentado por que debe estar de resaca tras una de sus noches eternas, dando por excusa la clásica gripe intestinal.
Por fin tomo asiento, a salvo ya de miradas furtivas y acusadoras, enciendo el ordenador, abro el Outlook, abro el Hotmail, busco chikilicuatre en el google y me pongo a hacer un solitario. Me río y pienso qué ¿Si fuera funcionario?, las prácticas las tendría convalidadas.
19 años lacerándome en la misma rutina, y aún así, la encuentro divina, ¿y mañana? una nueva sesión, sesión continua.
Jose? 2008_04_11
La calle como siempre, con sus panots mal ajustados por las prisas del paleta y las juntas abiertas por la pereza del peón. El paso de cebra borrado y el coche diesel humeante, entorpecen mi respiración.
Metros abajo encuentro la sonrisa de la distribuidora de Metro, la cara de amable del repartidor de ¡Que! el posado caricaturesco de la donadora de ADN.
Las escaleras mecánicas chirrían incansables y el ascensor no para de deambular arriba y abajo insistentemente. Un chaval saca su T-10 y un adolescente salta el torno.
Mi T-mes se valida veloz y una señora mayor me rebasa por la izquierda haciendo carreras con su bastón en ristre intentando alcanzar el metro que la llevará a la visita del traumatólogo, el mismo que la examinará hoy por enésima vez.
Hecho mano al cochecito con bebé lloroso y ayudo a su madre a bajar las escaleras camino del andén, el mismo andén que huele a orín gracias al último nocturno inadaptado de anoche.
“Proper tren 5 minuts” dicta el luminoso del andén, ese chivato despiadado. Otra vez llego tarde, otra vez no voy a sorprender a nadie en el curro e imagino en mi mente las miradas despiadadas de mis compañeros, por llamarlos de alguna manera, que me harán bajar la cabeza buscando consuelo en la punta de mis zapatos.
Veo la cara de la chica triste sin humor. El posado chulesco del que va camino de la cama tras una noche de litros de alcohol. La madre que lleva a su hijo en brazos camino de la guardería, ansiosa por irse a tomar café con sus amigas. El turista errante, mapa en mano, intentado descifrar el idioma que pensaba era castellano, sin caber en su sorpresa al descubrir otras realidades guiado por la ruta mal trazada.
Llega el convoy, se abre la puerta y la gente entra antes de salir. A codazos consigo un lugar en la barra, dejo la mochila y tengo un par de paradas relativamente tranquilas, el olor aún es puro, aún prevalece la ducha de la mañana. Las señoras gritonas, las de la tercera estación, no fallan un solo día, parece que esperan expresamente a verme para subir y comentar la actualidad televisiva del día. Hoy parece que les toca hablar de la operación fracaso de ayer. Y digo yo, ¿si todas han visto lo mismo?..., ¿por qué lo han de comentar? Y no me molesta que lo comenten, lo que turba mi paz es que lo hacen a grito pelao a estas horas indecentes de la mañana.
El vagón empieza a estar atomizado por la gente, el bullicio y los tonos altos ya son insoportables, la temperatura empieza a subir y el primer desmayo se atisba en el horizonte, nada que no tenga solución cuando el adolescente cede su asiento a la embarazada dama.
“Propera parada”: ¡placa Bespania! Un gran tropel de muchedumbre desembarca cual rebaño, parece mentira, pero a pesar del número ingente de personas evacuando a la vez, no se tocan, no se miran, tan siquiera se ven, cada una sigue su estela marcada sin entorpecer el que hacer de la otra.
La tregua es breve, con un carrito de la compra, pero sin cesto para los víveres, entra el hombre orquesta moderno, sintetizador a toda castaña base rítmica más que deficiente y una especie de acordeón desafinado, acompañado por una partenaire armada de pandereta navideña de bazar chino. Empiezan su desairado repertorio, sin más gracia que yo en la ducha y con las prisas de acabar antes de la siguiente parada. La pesadilla es breve pero intensa y el problema es que son sustituidos por el móvil de penúltima generación de un imberbe que entra en la misma parada en que ellos salen. Se mezclan las melodías polifónicas con el sonido de la pandereta que retumba ya en el vagón contiguo. Menos mal que el crío que tengo al lado, con su i-pod a todo trapo, salva la mañana con puro rock en sus auriculares, unas melodías que solo pudo heredar de sus padres.
En una esquina del vagón, una pareja que mantiene la pasión intacta de haberse conocido ayer, se magrea creyéndose invisibles al resto de pasajeros y la señora que sienta su madurez a mi espalda va comentando a su amiga que en sus tiempos eso no pasaba.
Mi parada no llega nunca, el reloj revela mi impuntualidad, y estoy por llamar al despacho aduciendo que hay una avería en el metro, pero sería la cuarta de esta semana y ya no cuela, además la excusa, la del tráfico de Barcelona, se me acabo al estrellar mi delicado coche contra el trasero un bello cuatro por cuatro.
Por fin mi destino, agarro con una mano mi mochila, pongo la otra en la manecilla, la giro, la puerta se abre, bajo y emprendo la excursión camino de la labor diaria. Subo las escaleras mecánicas a pie intentado sacar unos segundos a mi tardanza, pero una señora desaprensiva se para a la izquierda y no deja avanzar a nadie. Alcanzo la salida y…, la estocada de cada mañana, la del sol en los ojos, la que me hace buscar las gafas de sol rápidamente mientras sigo mi carrera.-Buenos días Porfirio- le digo al conserje del edificio con el balbuceo de las primeras palabras que pronuncio en todo el día mientras él me mira y mira su reloj.
Pongo el dedo índice en el lector digital y la puerta del despacho se abre.
La secre me saluda mientras me comenta los últimos avances de su hija.
-buenos días- le respondo mientras bajo la cabeza al pasar por delante del despacho del jefe que mantiene su puerta abierta. Ahora me espera el comentario futbolero, el del tiempo y el de la mala cara que hago cada mañana por parte de mis compañeros.
Alguien critica a un compañero de fatigas, ese mismo alguien que tan bien habla de él cuando esta presente y que hoy no se ha presentado por que debe estar de resaca tras una de sus noches eternas, dando por excusa la clásica gripe intestinal.
Por fin tomo asiento, a salvo ya de miradas furtivas y acusadoras, enciendo el ordenador, abro el Outlook, abro el Hotmail, busco chikilicuatre en el google y me pongo a hacer un solitario. Me río y pienso qué ¿Si fuera funcionario?, las prácticas las tendría convalidadas.
19 años lacerándome en la misma rutina, y aún así, la encuentro divina, ¿y mañana? una nueva sesión, sesión continua.
Jose? 2008_04_11