
Como cada tarde, tras la jornada de trabajo insípido de siempre, me disponía a iniciar el ritual. Cuando llegué a la puerta, allí estaba él, una vez más, como siempre, rodeado de humo blanco y cervezas vacías, sentado en un taburete negro delante de la máquina, con un sembrado de colillas a sus pies, posado incierto y la imposibilidad del premio sin una sonrisa que llevarse a la cara con las monedas rozando en sus manos nerviosas. Seguramente llevaba allí más tiempo del necesario y el suficiente como para haberse dejado de nuevo el sueldo. Cuando por fin entré en el bar se cruzaron nuestras miradas, no hacía falta más gesto, los dos sabíamos que hacíamos allí dentro, el malgastar su tiempo, su dinero y su familia, - su mujer lo había sacado por los pelos alguna vez - y yo esperar mi turno, como siempre, para gastar mi dinero cuando él acabase con el suyo. Descambió un billete raído de 5€, señal inequívoca de que se le acababan los billetes, y yo ya rozaba mi cartera a por el de 50. La máquina hizo un amago de darle los 80 eurazos, pero se quedó en nada, le dio un puñetazo al la panel luminoso y me miró de reojo sabiendo que yo era su relevo. Se fue sin pagar la última cerveza, apuntándola en su larga cuenta, el camarero estaba acostumbrado y a principios de mes siempre pagaba antes de dejarse el resto en la máquina de sonido saltarín. Ahora sí, ahora como siempre yo podré completar el ritual, tercer cigarro, segunda cerveza y primera moneda.
Jose? 2008_05_18