El delfín saltaba surcando aquel hombro rosado vestido de tatuaje. Me guiñaba un ojo, nos conocíamos, seguro. Su domadora viró levemente el cuello, yo escondí la cara en la bruma. La conocía, la conocía, escarbaba en mi cerebro y no veía escrito su nombre en la arena. La mente olvida lo que no quiere recordar, pero su voz me fustigó, la herida sangró de nuevo, el subconsciente vomitó, lanzó todo el oleaje a mi roca. Seguí sumergido entre los navegantes a fin de llegar a buen puerto. Cogí papel, pluma y la marea arrió el dolor tatuando palabras.
Jose? 2010_11_06
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