
Entro y lo veo claro, está oscuro tirando a negro, enciendo la luz, y otro pequeño desastre ante mí.
Arto estoy de este hedor, la mezcla de Whisky, cerveza y vino peleón se hace imposible. El tabaco tampoco ayuda y eso que mis puritos, que huelen a gloria, proporcionaban un poco de distinción al ambiente de anoche, aunque la paja quemada del tabaco rubio siempre gana. Mis zapatos se enganchan al suelo como las patas de salamandra a una techumbre recién enlucida, solo manchada por el último insecto incauto. En las paredes la pócima se repite invariablemente y la música aún retumba en ellas, “sombra aquí y sombra allá…” parecen gritar todavía, tengo que esconder ciertos vinilos indecorosos. Todo tiene gusto a resaca con un poso dulce de noche que no volverá en un día amargo y soleado, que daña mis pupilas.
Todo son restos de una velada más en un día menos. Lo único que me queda claro es que tiene que ser la penúltima. Llevo toda la tarde limpiando este desbarajuste, dejándolo todo listo, de nuevo para esta noche, cambiando las fragancias ebrias por olor a pino con limón del caribe. Reciclando las paredes de pinturas abstractas con tintes alcohólicos, en pureza blanca sin brochazos aleatorios. A los baños no me atrevo a entrar, puedo imaginar el holocausto y no me apetece, estoy imaginando el estucado que debe tener el alicatado y de no saber que es liso, blanco y frío pensaría que estoy en una piara de cerdos. Se me está poniendo la neurona libre en alerta, la que se activa en momentos de crisis. No, no puedo darle más vueltas, me enfundo los guantes de látex, uno, dos, tres… puerta abierta. Anoche se portaron, solo está el papel higiénico deshecho por el suelo, el elemento disolvente debió ser el de siempre, dos golpes de fregona y listo.
Observando mi obra de restauración me siento más tranquilo, el hedor va desapareciendo gracias al pino, al limón y a la corriente de aire que he creado con todo abierto al sol. Ya consigo deslizarme sin que mis pies parezcan patas de salamandra. Las paredes se calman con un poco de bayeta y de Cohen embalsamado, más un Bowie pretérito. Ahora solo queda gusto a agua de vichy en mi boca. Todo ha recuperado su estado original, la pregunta es: ¿durante cuanto tiempo?, ¿hasta cuando? Esta situación de noches sin horarios, ni oremus, ni control verborreico, han de tener fin. Debo abandonar este ritmo, debo cambiar de paradigma de vida, debo, debo llenar la nevera.
Voy a tomar una de las decisiones más importante de mi existencia. Está decidido, no va más, a partir de esta noche, ni una sola cena más en mi casa.
Jose? 2008_03_09
Arto estoy de este hedor, la mezcla de Whisky, cerveza y vino peleón se hace imposible. El tabaco tampoco ayuda y eso que mis puritos, que huelen a gloria, proporcionaban un poco de distinción al ambiente de anoche, aunque la paja quemada del tabaco rubio siempre gana. Mis zapatos se enganchan al suelo como las patas de salamandra a una techumbre recién enlucida, solo manchada por el último insecto incauto. En las paredes la pócima se repite invariablemente y la música aún retumba en ellas, “sombra aquí y sombra allá…” parecen gritar todavía, tengo que esconder ciertos vinilos indecorosos. Todo tiene gusto a resaca con un poso dulce de noche que no volverá en un día amargo y soleado, que daña mis pupilas.
Todo son restos de una velada más en un día menos. Lo único que me queda claro es que tiene que ser la penúltima. Llevo toda la tarde limpiando este desbarajuste, dejándolo todo listo, de nuevo para esta noche, cambiando las fragancias ebrias por olor a pino con limón del caribe. Reciclando las paredes de pinturas abstractas con tintes alcohólicos, en pureza blanca sin brochazos aleatorios. A los baños no me atrevo a entrar, puedo imaginar el holocausto y no me apetece, estoy imaginando el estucado que debe tener el alicatado y de no saber que es liso, blanco y frío pensaría que estoy en una piara de cerdos. Se me está poniendo la neurona libre en alerta, la que se activa en momentos de crisis. No, no puedo darle más vueltas, me enfundo los guantes de látex, uno, dos, tres… puerta abierta. Anoche se portaron, solo está el papel higiénico deshecho por el suelo, el elemento disolvente debió ser el de siempre, dos golpes de fregona y listo.
Observando mi obra de restauración me siento más tranquilo, el hedor va desapareciendo gracias al pino, al limón y a la corriente de aire que he creado con todo abierto al sol. Ya consigo deslizarme sin que mis pies parezcan patas de salamandra. Las paredes se calman con un poco de bayeta y de Cohen embalsamado, más un Bowie pretérito. Ahora solo queda gusto a agua de vichy en mi boca. Todo ha recuperado su estado original, la pregunta es: ¿durante cuanto tiempo?, ¿hasta cuando? Esta situación de noches sin horarios, ni oremus, ni control verborreico, han de tener fin. Debo abandonar este ritmo, debo cambiar de paradigma de vida, debo, debo llenar la nevera.
Voy a tomar una de las decisiones más importante de mi existencia. Está decidido, no va más, a partir de esta noche, ni una sola cena más en mi casa.
Jose? 2008_03_09